¿Que pensarías si te pidieran torturar a un robot? ¿Los robots con inteligencia artificial social deberían tener derechos?

La Dra. Kate Darling es especialista de investigación en el MIT Media Lab y becaria en el Harvard Berkman Center. Su interés está en cómo la tecnología se cruza con la sociedad.

Durante su aparición en el IT Forum Latam de Miami, Florida el pasado mes de junio, expuso su conferencia «La historia del mañana» donde nos explicaba que en la actualidad, todos conocemos el enfoque que le hemos dado al tema de la Tecnología, el clásico pensamiento futurista de suponer que las computadoras y robots tomarán el control de nuestro mundo.

El problema no es en sí que los robots tomen el control convirtiéndose en humanos; el problema, es que somos nosotros mismos los que humanizamos a los robots. Los humanos reflejamos nuestras características en los animales, lo que vemos en la actualidad derivado del avance de la tecnología, es una sustitución de la esclavización de animales, ahora utilizando robots.

Interesada en el impacto de los avances tecnológicos compartió una historia: “Ella tiene un robot dinosaurio llamado Pleo, un dinosaurio verde, suave, con ojos confiados y movimientos afectivos. Cuando uno lo saca de la caja, actúa como un indefenso cachorro recién nacido. Si a Pleo le jalas la cola llora; si lo acaricias, se calma.

Tuvo un Pleo en su oficina durante un tiempo y a quienes le visitaban, les mostraba el mecanismo del dinosaurio para que lo intentaran; pasado un tiempo, a Kate le molestaban las personas que le jalaban demasiado la cola al dinosaurio porque sentía que le hacían daño. Los robots no sienten nada, pero somos los humanos quienes transferimos estos sentimientos a los robots”.

Algunos investigadores coinciden en la idea de que si un robot se ve como si estuviera vivo y parece que tuviera su propia mente, el más leve estímulo provoca que sintamos empatía con él, así sepamos que es artificial.

Tal como sucedió en un taller de Kate, donde notó que las respuestas psicológicas y emocionales que se midieron fueron más fuertes de lo que esperaban. Les presentó a Pleo a los asistentes, después de una hora en la que les dio un dinosaurio a cada asistente y permitió que le hicieran cosquillas y lo abrazaran, Darling se convirtió en un verdugo, repartió cuchillos, hachas y otras armas y ordenó torturar a sus «juguetes».

Sorprendidos ante la petición, la gente se rehusó a hacerle daño a Pleo, fue entonces cuando la investigadora empezó a jugar con sus sentimientos. Les dijo que podían salvar a su dinosaurio si mataban al de otra persona. Pero ni siquiera así lo hacían.

Finalmente, les advirtió que a menos de que una persona matara a un Pleo, todos los robots serían sacrificados. Después de mucho dudar, un voluntario golpeó uno de los juguetes con su hacha. Tras el brutal acto, la habitación quedó en silencio por unos segundos, recuerda Darling. La intensidad de la reacción emocional parecía haberlos sorprendido.

La reacción a la crueldad contra el robot es importante, pues una nueva ola de máquinas nos están forzando a reconsiderar nuestra relación con ellas; el maltrato de cierto tipo de robots pronto podría volverse inaceptable para la sociedad ¿habría circunstancias en que sería aceptable torturar o matar a un robot? Y, ¿qué se necesitaría para que la gente reflexionara antes de ser cruel con una máquina?

Hasta hace poco, la idea de tener derechos para los robots se había mantenido en la esfera de ciencia ficción, quizás porque las máquinas que nos rodeaban eran relativamente poco sofisticadas. Nadie se siente mal al botar una tostadora o un auto de juguete a control remoto.

Sin embargo, la aparición de robots sociales cambia todo. Muestran una conducta autónoma, intenciones y encarnan formas familiares como mascotas o humanoides, en otras palabras, actúan como si estuvieran vivos: eso provoca emociones que a menudo, no podemos evitar, explica Darling.